La densidad del mundo, el ritmo impuesto, la sensación de no encajar del todo.
Como si habitar este plano físico fuera una tarea que requiere más esfuerzo del que parece natural.
Hay días en que estar, simplemente pesa.
Alguien me preguntó recientemente:
“¿Crees que tengo algún trastorno mental? Me cuesta mucho vivir aquí” (refiriéndose al plano terrenal, material).
Y lo que respondí, con honestidad, fue esto:
Tal vez no tengas un trastorno. Tal vez tengas una sensibilidad extraordinaria en un mundo que ha olvidado cómo sentir.
No todo lo que duele es patológico.
No todo lo que no encaja está mal, o roto.
A veces, lo que se siente como un problema…
es en realidad una coherencia profunda con algo que el sistema no sabe reconocer.
Muchos de nosotros —sí, probablemente tú también— llevamos una memoria antigua.
Una visión. Una forma distinta de entender el tiempo, el cuerpo, el éxito, la verdad.
Y al intentar traducir eso en estructuras, en horarios, en monedas, en correos electrónicos… algo se desajusta.
Pero eso no significa que estemos equivocados.
Solo significa que necesitamos honrar nuestra verdad y nuestro linaje.
Los rituales de anclaje sirven de puentes entre lo que somos por dentro y lo que el mundo aparentemente es por fuera.
Aquí te comparto algunos que a mí me ayudan a enraizarme sin traicionarme.
Son solo algunas ideas para sentirte sostenido/a sin tener que endurecerte.
Para recordar que tú también habitas el mundo… a tu manera. Y que es a eso a lo que has venido precisamente.
Enraizamiento
De pie, en silencio. Pies descalzos.
Imagina fuertes y profundas raíces bajando hasta el centro de la Tierra.
Repite:
“Reclamo mi lugar en este plano como alma soberana.
La Tierra me reconoce y me sostiene.
Yo traigo luz, memoria y propósito.
Aquí también se manifiesta lo divino.”
Contacto con la materia
Toca un objeto sencillo: una piedra, una fruta, una taza, tierra o agua.
Percibe su textura, temperatura, peso.
Bendícelo en silencio.
A través de ella, el Espíritu se manifiesta.
Movimiento consciente
Música tribal, suave o silenciosa.
Deja que el cuerpo exprese.
Respira. Suelta. Honra el cuerpo como templo: ”Mi alma eligió este cuerpo.
Yo elijo habitarlo con amor y presencia.”
Tarea con presencia
Haz una tarea cotidiana con presencia: preparar el desayuno, limpiar un espacio, escribir en tu agenda.
Pero hazlo como si fuera un acto de poder.
Hazlo lentamente, con presencia, con belleza.
Conecta con la frase:
“Traigo conciencia a esta acción.
Estoy experimentando el espíritu en la materia.”
Estas prácticas no son la solución a todo.
Pero pueden ser un hilo de oro para recordarte que no estás solo/a en esta sensación.
Y que tu energía, tal como es, no necesita ser arreglada, sino sostenida, honrada y expresada con sabiduría.
Tú no viniste a adaptarte.
Viniste a encarnar una nueva forma de estar en el mundo.
Y para eso, primero… hay que reconocerse, reclamar tu derecho a habitar tu espacio sagrado desde tu interior.
Si esta reflexión te resonó, si alguna parte de ti se reconoció en estas palabras,
me encantaría leerte. Puedes compartir abajo cómo vives tú esta dualidad —lo sutil y lo material, lo invisible y lo cotidiano.
¿Qué haces tú cuando el mundo se siente demasiado?
¿Cómo regresas a ti?
Quizás, al compartirnos, entretejemos una nueva manera de habitar el mundo.
Con amor,
Maite
Muy interesante Mayte, gracias,me ha gustado mucho muy bueno.
Namasté.🙏